jueves, 10 de abril de 2008

TOLEDO: PRIMERA PARTE


Las últimas veces que hemos salido de viaje lo he organizado yo todo, normalmente porque la salida incluía algún concierto que me interesaba (The Police en Barcelona, por recordar la última). Así que, aunque este año ya me había hecho a la idea de pasar tranquilita las vacaciones de Semana Santa en casa de mis padres, comiendo torrijas y bebiendo limonada, cuando H. dijo que le apetecía mucho visitar Toledo y que él, y sólo él, se encargaría de organizarlo todo...como decir que no?
El viaje no comenzó bajo los mejores auspicios que digamos. Nuestro tren salía a las 10:00 de la mañana, y yo estaba de mal humor por el "madrugón" ( ¿a quién se le ocurre levantarse el primer día de vacaciones a la misma hora que uno laborable?!!). Para colmo, hacía frío, mucho frío, un viento helado que se te metía por las orejas y no te dejaba pensar. Lo bueno es que H., después de tanto tiempo, ya me conoce, y sabe que este malhumor vespertino me suele durar lo que el primer café del día. Así que parada técnica para desayunar en El Sitio del Café Rico, y como nuevos.
Después de unas cuantas horas de tren, que H. aprovechó para...eu... "meditar" (como siempre que se monta en un tren, no falla, menos mal que no le pasa lo mismo cuando va al volante), y yo para ir con la nariz pegada a la ventanilla (costumbre que me ha quedado desde el viaje por Escocia de hace unos años, pero eso es otra historia), llegamos a Madrid. Nuestro AVE para Toledo no salía hasta 3 horas después, así que creo que ha sido la primera vez que nos hemos podido tomar una escala en Madrid con calma, comiendo en una mesa como es debido (¡y con cubiertos y todo!me emociono sólo de recordarlo), en lugar de correr por los pasillos del Metro con una maleta en una mano y un bocadillo chorreante en la otra. Que cuando por fin te montas en el vagón y le hincas el diente te das cuenta de que lo único que tienes son dos trozos de pan blandurrio, porque el relleno lo fuiste dejando por varias estaciones.
En fin, que tras una más que decente comida a base de pizza, ensalada y jamón ibérico (los restaurantes de las estaciones tienen una sorprendente variedad, y H. me vendería por un trozo de jamón ibérico), nos dispusimos a montar en el primer AVE de nuestras vidas. El interior, cómodo, aunque nada de lujos (jo). Tuvimos que pasar las maletas por
un escáner, eso si. Suerte que habíamos decidido dejar los explosivos y la droga en casa, en reserva para las vacaciones de verano. Que yo me pregunto porqué, cuando me monto en un regional los fines de semana, no tengo que pasar mi maletón por un control, oiga. Cosa de clases, supongo. Lo mejor fué que, mientras te quitas el abrigo, lo doblas, lo subes al portaequipajes, se cae, lo vuelves a doblar, se vuelve a caer, lo metes echo un gurruño (y, misteriosamente, ya no se cae), te sientas, colocas el bolso, miras el móvil, le pides la botella de agua a H., bebes, le devuelves la botella a H. (que ya ha comenzado a "meditar", como no)...miras por la ventanilla y ya estás en Toledo. Menos de media horita, fijatetú. Ya podríamos tener lo mismo entre la Isla y El Primer Hogar (todo llegará).
Una vez en Toledo, comenzó la búsqueda de un medio de transporte que nos llevase hasta el hotel que H. había reservado, y que sabíamos que estaba frente a la plaza de toros (que, teniendo en cuenta que no teníamos ni idea de hacia dónde estaba la plaza de toros, no era un dato que nos ayudase demasiado). Menos mal que los toledanos son gente
amable y paciente, y no desocupada, por lo visto, y nos indicaron un autobús que nos dejó a la misma puerta del hotel. Hotel que, habiéndolo reservado H., por internet, y apenas unos días antes, yo me imaginaba
como un antro oscuro y con cucas...Pues resultó ser un apartahotel céntrico, pero tranquilo, amplio, limpio y muy agradable (¡y con columna de hidromasaje! Cada uno, a sus vicios...).
Después de una duchita relajante, para quitarnos el polvo del camino (y probar de paso el hidromasaje, jijiji), nos pusimos en camino. Como ya era un poco tarde, nos dispusimos a callejear un rato, y tomar un primer contacto con la ciudad que ibamos a "exprimir" en los dos días siguientes.



Entramos en la parte antigua de la ciudad por la Puerta Nueva de Bisagra (por qué la llamarán nueva, si tiene la tira de siglos...), que tiene el escudo de la ciudad en tamaño gigante esculpido sobre el arco, un águila bicéfala (o pollo, como le llama uno que yo me se) que sostiene un cordero (pobrecito) entre sus garras. Cinco minutos después, estábamos perdidos.
Bueno, vale, quizás es una exageración; en realidad tardamos un cuarto de hora en dejar de saber dónde estábamos. Que fue el tiempo que tardamos en dejar de seguir el mapa y meternos por la primera callecita que nos pareció pintoresca. El problema de Toledo es que TODAS sus callecitas son pintorescas, esto que se llama ahora "con encanto". De todas formas, fue muy divertido perderse, caminar sin seguir ninguna ruta marcada. A ratos estábamos en calles llenas de turistas y tiendas con espadas y abrecartas-recuerdo-de-toledo, y en un par de minutos
en un callejón donde no se escuchaba más que el sonido de nuestros pasos por el empedrado (un empedrado muy bonito, pero que a los 3 días nos había destrozado los pies), y donde las macetas de geranios colgaban de balcones con celosías; me recordó mucho al barrio del Albaicín, en Granada.


Un fenómeno curioso de los callejones de Toledo (unos se llaman calles y otros callejones, pero no descubrí porqué, son todos igual de estrechos) es cómo se trasmite el sonido. En algunos no oías a otras personas hasta que girabas una esquina y casi te los comías, y en otros, como nos pasó en el Callejón del Alcahoz (si alguien va, que lo compruebe), donde se oye perfectamente una conversación que está teniendo lugar en la otra punta, a pesar de los quiebros del trazado (yo empezaba a creer que oía voces de más allá, porque no había NADIE). :-S
Finalmente, antes de recoger nuestros cansados cuerpecillos en el hotel, cena a base de raciones en una típica tasca de Toledo (bueno, no se si era típica: tenía cuadros de Don Quijote y era una tasca, así que supongo que lo era), Casa Antonio, mientras veíamos el partido de fútbol (otro de los grandes amores de H., junto con el jamón ibérico). Siguiendo con nuestra sana (casi siempre) costumbre de probar algo de la gastronomía autóctona cuando viajamos, nos decidimos a pedir carcamusas, que no teníamos ni repajolera idea de lo que era, pero que tenía un nombre muy sonoro. Resultó ser carne de cerdo guisada con guisantes y tomate y un toque picante. Luego nos enteramos de que la gastronomía de esta ciudad utiliza mucho el cerdo como base de sus platos, costumbre que viene por lo visto de la época en que fueron expulsados los judíos. Algunos, para poder quedarse y no perder sus posesiones, se convirtieron al cristianismo, los llamados "conversos". Pero como se sospechaba que no todas las conversiones podían ser sinceras, pues hala, a comer cerdo (animal impuro para los hebreos). Me imagino a los vecinos, fisgoneandose la cesta de la compra unos a otros. Si es que hay que tener mala leche...




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