jueves, 11 de junio de 2009

Una cita

Este fin de semana tengo una cita. Con un caballero, todo un gentleman, y además inglés (no es lo mismo que si fuera cierto escocés, pero a él se lo perdono todo). Alto, moreno, con el pelo un poquito ensortijado, como si se acabase de levantar y hubiese olvidado peinarse; serio y un pelín estirado a veces, pero con unos ojos profundos y expresivos que me hacen temblar las piernas cuando mira fijamente;
Vendrá, como siempre, vestido de punta en blanco, muy elegante; yo me conformaré con algo cómodo y mi mantita escocesa, aunque en algún momento imaginaré que visto un vestido blanco de muselina mientras paseo por los jardines de Pemberley. Él beberá bourbon y yo chocolate caliente con un chorrito de whisky.

Nuestras citas, porque esta no es, ni mucho menos, la primera, tienen siempre la misma duración, algo más de cinco horas, y al final me quedo con un sabor agridulce y, por qué no admitirlo, lloro un poco (yo, que no me arrancaron una lágrima ni la muerte de la madre de Bambi ni la de Chanquete, con la que, al parecer, lloró media España; y es que esta naufraga es dura por naturaleza, y se reserva la cursilería para momentos puntuales...como este).

Porque él siempre se va con otra. Y es que no puedes fiarte de los hombres, al final son todos iguales.

lunes, 1 de junio de 2009

En blanco


Esta mañana, al sonar el despertador, estaba profundamente dormida.

Tanto que, durante unos gloriosos segundos, no he sabido quién era, ni dónde estaba, ni qué hora era, y me he incorporado mirando a mi alrededor con extrañeza.

Hasta que los recuerdos volvieron, y con ellos los agobios, la tristeza, la incertidumbre y la ansiedad de las últimas semanas.

Pero, durante unos instantes, no hubo nada.